El festejo de Juan Martin fue bien argentino con carne y papas fritas

Los espero a todos para festejar. Hablen con Ugo, mi agente, que él les va a decir el lugar", les comunicó Juan Martín Del Potro a los periodistas argentinos en el final de la conferencia de prensa, ya cuando quedaron sólo él y ellos. El lugar fue Wollensky's Grill, en la calle 49, cuando apenas había pasado la medianoche del domingo más glorioso del tandilense. En un apartado, separado por un cristal, Del Potro, Franco Davin, Martiniano Orazi (su preparador físico) y el mencionado Ugo Colombini eligieron carnes con papas fritas, alguna cerveza, agua mineral. Y champán, obviamente, para el brindis del campeón. Un brindis que, en una hora y media, se repitió tres o cuatro veces. "Cuando llegué al vestuario, después de la victoria, uno de los empleados de ahí me dijo que fuera al locker. Fui, y me encontré que ya estaba la chapita de acero con mi nombre como campeón del US Open... Y también lo habían puesto en una pared, junto a la lista de todos los campeones. Fue impresionante ver eso", confesó Del Potro, todavía sacudido emocionalmente, mientras disfrutaba del excelente bife. "Todavía no caigo", insistió. Y se le notaba. "En realidad, todavía no caímos ninguno de nosotros", coincidió Colombini, una de las patas del "gran equipo" que tiene Del Potro de acuerdo a su propia definición. "De grandes profesionales y de grandes personas", agregó el pibe. "Por ellos logré todo esto". Davin, sentado enfrente suyo, agradeció el cumplido. La charla, absolutamente informal, mutó de un tema a otro. Se habló de la final, claro está. Se habló de la perfecta "gran Willy" que hizo Federer en la semifinal con Djokovic y se recordó cómo la inventó Vilas una carrada de años atrás. Se habló del mal momento de la Selección y se habló, también, de Boca. Davin recordó viejas anécdotas de sus tiempos de jugador. De vez en cuando se acercaron gente y empleados del restorán a saludar al campeón. "Felicitaciones", se escuchó repetidamente. "Falta el festejo tradicional", anunció a Colombini cuando le alcanzaron otra botella de champán. "Atención", enfatizó. Se paró, abrió la botella, la agitó. Y empapó con cientos de burbujas a los periodistas. Hubo risas. Y las servilletas vinieron de perillas para tratar de secar la mojadura. A la 1.30 de la madrugada Juan dio un beso a uno por uno y se despidió. Cuando llegó al salón principal, la ovación --otra más de todas las ovaciones que escuchó-- le confirmó el incalculable valor de su hazaña. Y se fue con el pecho inflado de orgullo.